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May 11, 2005

El Cielo Está Llorando

"The sky is crying..." ("El cielo está llorando"), canta Stevie Ray Vaughan en mis oídos, después que dejo la sala de cine casi vacía, y no es coincidencia. Las Tragedias De Nina (Nina's Tragedies; título original: Ha-Asonot Shel Nina, 2003), escrita y dirigida por Savi Gabizon, no es sólo una tragedia sino una canción de esperanza, como "Hatikva", el Himno Nacional Israelí. Esta película hace de tragicomedia y de sana auto-crítica, como los clásicos chistes judíos, con los cuales usualmente los judíos son los primeros en reírse. Desde un hombre estallando burbujas de plástico deliciosamente cuando Nina (Ayelet Zurer) llora por su esposo difunto Haimon (Yoram Hattab), hasta una mujer con terribles manchas en su cara creyendo un comentario al pasar sobre su "gran mejora desde ayer"... Todos ellos acariciando el cinismo y refrescando la filosofía que aún en las peores tragedias, los seres humanos necesitan defenderse contra el sufrimiento, y la risa es la mejor medicina.

Todas las tragedias de Nina son narradas por Nadav (Aviv Elkabeth, en su debut), el sobrino de Nina. Y algunas veces nos olvidamos de ella para bucear en la película como en aquellos libros que podemos disfrutar incluso en un subterráneo repleto de pasajeros, porque perdemos el sentido del tiempo. Gabizon tiene riqueza literaria sin olvidarse de los diálogos cotidianos. Nina sufre un matrimonio que es destinado a fracasar, pasando a través de la muerte, sensaciones psicóticas, un amor prohibido con Avinoam (Alon Abutbul) cargado de desencuentros y otros pequeños inconvenientes convertidos en tragedia por efecto dominó. El jóven Nadav es más maduro que la mayoría de los adultos como su amigo Menahem (Dov Navon), quien espía a Nina con el, su padre Amnon (Shmil Ben Ari) que no puede afrontar la separación de su mujer, y su exéntrica madre Alona (Anat Waxman) que trae a su hogar diferentes amantes frente a su hijo, pero lo sobreprotege de mirar a su padre enfermo.

El elenco fue cuidadosamente elegido. La mayoría de ellos con una amplia experiencia en el cine y la televisión Israelí. Desde la hermosa, expresiva y aclamada Ayelet Zurer, al versátil Yoram Hattab, el emotivo Alon Abutbul (muy demandado por la producción local), a un querible, simple pero profundo Dov Navon, y los precisos Anat Waxman y Shmil Ben Ari. Gabizon regresa a la gran pantalla después de ocho años de ausencia desde Mal De Amores En La Calle Nana (Lovesick On Nana Street), otra tragicomedia que trae amores insanos bajo un retrato realista de una casa casi demente en los callejones sin fin de los suburbios israelíes.

Algunas raras escenas producen una especie de ruido en Las Tragedias De Nina, que por algunos momentos despiertan a los espectadores de la pesadilla con el delicado y difícil toque de la tragicomedia. La reaparición de Yoram Hattab como Alex es tal vez un giro de tuerca algo extremo, aunque la herencia y cultura judía suele estar acostumbrada a los extremos, desde la usual sobreprotección a las persecusiones históricas. Una sociedad que con risas, llantos, una crítica aguda y una fuerte unión ha sobrevivido colectivamente a más de una tragedia. En medio de una de las peores crisis económicas de Israel, con cerca del 20% de la población viviendo bajo la línea de pobreza, Gabizon muestra más situaciones extremas, sin las cuales esta sería otra película. Nina tiene tanta mala suerte que el nuevo vecino es la réplica de su difunto esposo, y además cuando ella viaja al hospital para dar a luz al "pequeño Haimon", su automóvil se rompe y repentinamente comienza a llover.

El cielo está llorando, y esta vez no es sólo por Shakespeare, Becket o las tragedias de Nina, sino también por las tragedias del resto de los personajes. Nadav enamorado de su tía, su madre llena de amantes pero vacía de amor, su padre con una enfermedad terminal, Menahem resignado y pasivo, Avinoam sin Nina, y Nina, como siempre llorando. En la exploración de esta tragicomedia, las relaciones entre el hombre y la fé supernatural son trabajadas mezclando humor y tristeza. En su libro Poética, Aristóteles discutía que el objeto de la tragedia era despertar sentimientos de sobrecogimiento y asombro en la audiencia, y tener un efecto catársico para purgar a la audiencia de esas emociones. Nosotros podemos sentirlo en esta película. Mel Brooks solía decir: "Tragedia es cuando me corto el dedo; comedia es cuando tu caes en una alcantarilla que está abierta y te mueres". Desde el comienzo, una rueda que parece romperse mientras lleva un ataúd lo anuncia; un fuerte sonido de emoción en forma de lágrimas. Esa solución cristalina llena de proteínas que no las queremos pero las necesitamos: recuerdos, dolor, ira, o una risa descontrolada, todos ellos sentimientos extremos.

Los rituales y danzas jasídicas invaden las calles de Israel que aún no he visitado pero que siento haber estado allí. Repentinamente la alegría se empaña con el rostro de Amnom, tomando consciencia sobre su muerte cercana. Un grupo de militares va a notificarle a una madre sobre la muerte de su hijo en manos terroristas, pero lo trágico es mostrado con un nuevo comentario cómico y ácido: "¿Qué haces con esos pantalones blancos? No son usados en una danza popular?", dice el comandante de mayor rango a Avinoam. Una vez más, como un símbolo de Ying Yang, lo bueno y lo malo se acercan y fusionan en una misma cosa. Una nueva sonrisa se levanta como defensa contra las tragedias, en una película que ganó doce premios de la Academia Israelí en 2003, incluyendo mejor película. Cuando la falta de esperanza es abrumadora y parece inevitable, "...la esperanza no será perdida...", dice uno de los versos de "Hatikva". Y luego de todos los desencuentros llega el encuentro final.

Unos días atras tuve la posibilidad de asistir a una conferencia de Nathaniel Dorsky, escritor de Cine Devocional (Devotional Cinema), cineasta experimental y un hombre con un asombroso y particular punto de vista sobre la vida. Cuando pregunté por qué la mayoría de sus películas muestran un movimiento constante, él contestó que la quietud siempre es representada en un tiempo y espacio que genera algo de movimiento inevitablemente. Una quietud que en Nadav--a pesar de su timidez y tranquilidad--se mueve más que nunca, mientras mira al cielo sonriendo y aparecen algunas lágrimas. Comprendiendo que podemos cambiar al destino, y algunas veces la felicidad está más cerca de lo que pensamos. El bebé de Nina es el bebé de Cristina en 21 Gramos (21 Grams) de Alejandro Gonzales Iñárritu. Como "Hatikva", el llanto del bebé es una canción de esperanza en medio de la tragedia. Dejo el teatro casi vacío, y el cielo llora. Pienso sobre el orgullo de los padres por el fuego sagrado que cada uno lleva adentro. Pienso en los momentos difíciles y en cómo nos sobreponemos. Por un momento me convierto en Nadav, quien al igual que Nina, hace de la tragedia una esperanza.

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